Yo quisiera hacerte sonreír, pero no puedo.
Yo quisiera que mis manos fueran otra vez el refugio de tu alma, la fuerza que provoca tus sueños y guarda sin miedo tus esperanzas.
Pero caí derrotado, como caen las piedras por los barrancos o las sombras sobre las noches de los bosques.
Yo quisiera regalarte el mañana y hacerte entender que el tiempo es un monstruo tierno, un héroe que mata con dulzura, un vientre que nos acuna siempre.
Pero el tiempo ya me dio la espalda y no se acuerda que yo también estoy vivo y que sé contar las horas, los minutos, lo segundos, pero no los olvidos.
Yo quisiera que tu piel fuera el mapa de mi vida, que mis besos fueran los barcos que te lleven a todos los misterios del mundo y que naufragaran todos los días en tu deseo.
Pero los astilleros de mi alma están hechos de nostalgia y ya no conocen técnica ni rumbo hacia el retorno.
Yo quisiera inventarme un lugar donde el pasado no existiera, donde hubiera un solo día, un solo sol, un solo despertar en una cama tibia.
Pero los espacios del mundo se acabaron y todo es tan estrecho y tan ridículo. Los días son muchos y tan cortos.
Yo te quisiera ver pasear por el jardín de mi casa, cocinar las ideas en mi cocina, dormir la siesta en la tranquilidad de mis esfuerzos.
Pero ya no tengo casa y resulta que ya no pertenezco a ningún lugar. Y van mis pasos errantes buscando una tierra firme donde poner los cimientos de mi existencia.
Yo quisiera ser tu héroe, artista, concejero, amigo. Yo quisiera ser aquel que te bese la frente y te diga que todo irá bien.
Pero resulta que no soy tan fuerte, ni sabio, ni talentoso y que ando perdido buscando concejo y amistad en una soledad sin término.
Yo quisiera no ser un recuerdo y llevar a la vida esas calles, esos hoteles, esos andares, esas risas, esos gritos, esas caricias, esas cartas, esas comidas, esos concursos de baile, esas botellas, esos cachorros, esos poemas, esas construcciones, esos parques, esas películas, esos buses, esos paisajes, ese salar, esa casa de la moneda, esas embajadas, esa cama grande en la ciudad blanca.
Pero yo ya no soy vida, me he vuelto silencio. Y recorro este patetismo como un condenado y me consuelo sin fe, sin comprender el presente.
Yo quisiera no volverme cicatriz, pero soy herida.
(Que Dios te cuide el corazón... pero no te olvides de hacerlo tú también
)